Siempre me ha parecido patético actuar de manera políticamente correcta. Subirse cómodamente, sin más, en el carrito de las lamentaciones o de las causas justas, cualesquiera que éstas sean. Si alguien lanza una campaña internacional para salvar a la ballena azul, majestuoso animal hoy en peligro de extinción, prefiero decir "dah, que se jodan las putas" antes de portar camisetas de save the whales! o colgar en mi casa carteles con semejante leyenda.


Pienso - y he reflexionado al respecto - que da exactamente lo mismo delcararse a favor o en contra de cualquier madre - ya sea el zapatismo, la ecología o los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez - si no se hace más que con el fin de sentirse comprometido, consciente, progre... Si yo afirmo "los indigenas chiapanecos llenan de orgullo a este país" y cuando uno de esos hombres o mujeres, despojados hasta de su alma en esta ciudad, se me acerca a pedir lismosna en el Zócalo, le digo bajando la voz "pinches indios, cómo chingan". Que hijaeputa...


Me pasa lo mismo con esa megacampaña para salvar la poca agua que queda en el planeta. Me indigna ver a una vieja con su gotita de vidrio - símbolo de la preservación - colgada en el cuello y lavando su auto a manguerazo limpio. Por eso me mantengo al margen de cualquier cosa justa, por eso, aunque de verdad ahorro agua, me gusta más decir que me importa un carajo si se acaba o no.


De cualquier forma, por una razón u otra, los seres humanos - ese género que seguro será recordado (deplorado) como la estúpida raza que arraso con el planeta- acabarán con el agua, el aire, el suelo, los animales e incluso con sus semejantes.

Lo único que me consuela es que, para ese entonces, mis huesos hechos polvo ya se estarán fundiendo con lo que quede del subsuelo. . .

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