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Mostrando entradas de mayo, 2008
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Siempre me ha parecido patético actuar de manera políticamente correcta. Subirse cómodamente, sin más, en el carrito de las lamentaciones o de las causas justas, cualesquiera que éstas sean. Si alguien lanza una campaña internacional para salvar a la ballena azul, majestuoso animal hoy en peligro de extinción, prefiero decir "dah, que se jodan las putas" antes de portar camisetas de save the whales! o colgar en mi casa carteles con semejante leyenda. Pienso - y he reflexionado al respecto - que da exactamente lo mismo delcararse a favor o en contra de cualquier madre - ya sea el zapatismo, la ecología o los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez - si no se hace más que con el fin de sentirse comprometido, consciente, progre... Si yo afirmo "los indigenas chiapanecos llenan de orgullo a este país" y cuando uno de esos hombres o mujeres, despojados hasta de su alma en esta ciudad, se me acerca a pedir lismosna en el Zócalo, le digo bajando la voz " pinches indios

Negra sentencia...

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¿Qué pasa por la cabeza de un terrorista kamikaze micras de segundo antes de irse a la chingada, fragmentado en mil pedazos, arrastrando con él a decenas, cientos o miles de weyes inocentes, según sea el caso? ¿Qué circunstancias llevan a jóvenes de 18, 19 años, a ejecutar actos de esta naturaleza? ¿Hay algo, por duro que sea, que pueda justificar una acción tan estúpida como poner una bomba en un tren de Londres y luego salir caminando cobardemente de la estación como si nada? Nah, un terrorista no es un patriota ni un héroe: es simple y llanamente una mierda. Como los soldados que violan y asesinan mujeres y niños igual que los presidentes que les ordenan que lo hagan y como los corresponsales de Guerra que dicen haber "cubierto" un conflicto bélico es "maravilloso". La humanidad está condenada, tarde o temprano, a desaparecer de la faz de la tierra y al parecer seremos nuestros propios verdugos. Aparentemente no hay nada que pueda revertir esta negra sentencia. P

Lo que en verdad deseas ser...

Siempre detrás de uno habrá alguien tratando de enmendarle la página. De decirle cómo vivir, cómo vestirse, cómo hablar, qué hacer, qué no hacer. Los padres, los tios, los vecinos, los maestros, el Estado, ¡La iglesia! Todos prestos a opinar sobre tu vida. Todos mirando la paja en tu ojo sin tomar en cuenta las vigotas en los suyos. Y si bien es cierto que la batuta paterna es indispensable para sobrevivir durante los primero años, también lo es que después de ese tiempo de adaptación y aprendizaje, los padres deberían dejar a sus hijos volar por sí mismos, permitiéndoles tomar la decisión de qué hacer con su existencia sin imponerles otros criterios que no sean los propios. A fin de cuentas sólo tenemos una vida; demasiado corta además. Si nos equivocamos o acertamos que sea porque así lo quisimos. Asumiéndolo con responsabilidad y valentía, sin tener que culpar a otros de nuestros fracasos o de nuestros logros. Ése es el precio de la libertad. Pero, desgraciadamente, esto no es nada

Cambiar el mundo.

Durante algún tiempo yo también quise cambiar este puto mundo. Creía que la honestidad , la justicia , la tolerancia , y la dignidad eran valores de verdad apreciados por los seres humanos. Poco a poco descubrí que no era así. Que son sólo conceptos que la sociedad usa para justificarse ante sí misma, para tratar de convencerse, aunque nadie los ponga en práctica, de que en verdad somos una civilización basada en tales preceptos. Un vulgar autoengaño, pues. Por eso no creo en los Mesías. En esos seres imposibles que con su sola presencia, co su tacto milagroso, pueden cambiar vidas y destinos. Ni Jesucristo ni el Che Guevara pudieron hacerlo. Es una tarea titánica, demasiado grande para cualquier hombre se llame como se llame. Mártires inútiles al final, estos dos, hoy en día son sólo imágenes para llevarse en una camiseta o en un tatuaje. Cambiar el mundo únicamente sería posible, quizá, si todos nos uniéramos para tal propósito. Sin tomarnos las manos, ni decirnos que nos queremos c

Verdadera vocación.

La pendejez me enferma. Y aunque estamos sitados por ella nunca he conseguido habituarme. Una telenovela, esos programas donde viejos maricas y mujeres siliconadas cabezas huecas chismean sobre la vida de los 'artistas', los noticieros televisivos, son cosas que pueden hacerme vomitar. Pero la faceta de la pendejez que más abomino es el 'borreguismo': esas manadas humanas que repiten consignas, políticas o de cualquier tipo, como si de mantras se tratara. Que son capaces de morir, de tirarse a un precipicio incluso, por un concepto (¿patria, religión, equipo de futból?) que ni siquiera entienden a cabalidad o que importa tanto como tirar un chicle a la basura. O que salen a la calle, arengadas por una estúpida convocatoria realizada a través de internet, a golpear emos... Es una mamada. Enorme. Gigantesca. ¿Acaso no tienen suficiente los emos con ser como son? ¿Con convertirse así? ¿Con peinarse así? Ja. Y todavía hay quienes pierden su tiempo tratando de 'acabar

Estupideces Innecesarias. .

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Fumar es un placer delicado no apto para cualquiera. Mortífero y exquisito a la vez como todas las cosas que valen la pena en esta vida. Como I`amour fou, ése que te puede llevar al cielo o enviarte directito y sin escalas a la tumba. Y ahora en el D.f., si lo haces en un sitio público, un delito. Sí, porque nuestros brillantes diputados aprobaron una ley (Ley de protección a la salud de los no fumadores, o algo así se llama la mamada ésta) que prohibe fumar en todo espacio público y no permite la creación de zonas exclusivas para fumadores. Yo no soy una fumadora consuetudinaria, pero entre viernes y sábado llego a fumarme de 15 a 20 cigarros. No sé si sea mucho o poco. Pero tampoco me interesa. No soy de esos imbéciles que pretenden vivir por siempre. Que confunden la salud con la pusilanimidad. Estoy de acuerdo en no fumar en un cine o en un restaurante; en un autobús, una oficina o una tienda de autoservicio; pero cuando voy a un puto bar, quiero fumar, ¡Cojones! No es posible que