Estupideces Innecesarias. .
Fumar es un placer delicado no apto para cualquiera. Mortífero y exquisito a la vez como todas las cosas que valen la pena en esta vida. Como I`amour fou, ése que te puede llevar al cielo o enviarte directito y sin escalas a la tumba. Y ahora en el D.f., si lo haces en un sitio público, un delito. Sí, porque nuestros brillantes diputados aprobaron una ley (Ley de protección a la salud de los no fumadores, o algo así se llama la mamada ésta) que prohibe fumar en todo espacio público y no permite la creación de zonas exclusivas para fumadores.
Yo no soy una fumadora consuetudinaria, pero entre viernes y sábado llego a fumarme de 15 a 20 cigarros. No sé si sea mucho o poco. Pero tampoco me interesa. No soy de esos imbéciles que pretenden vivir por siempre. Que confunden la salud con la pusilanimidad. Estoy de acuerdo en no fumar en un cine o en un restaurante; en un autobús, una oficina o una tienda de autoservicio; pero cuando voy a un puto bar, quiero fumar, ¡Cojones! No es posible que esa persecución hipócrita y ridícula se extienda también a los lugares donde uno va precisamente a eso: a divertirse y olvidarse, aunque sea por un rato, de reglas e imposiciones. Si los inmaculados puristas de la salud no quieren respirar ni por un momento el delicado y exquisito humo del tabaco en combustión que se vayan a una jodida iglesia o creen cubles donde sólo se admitan fanáticos como ellos y a nosotros nos dejen en paz. Que se vayan a chingar a su madre de la manera más sana posible lejos de los inconscientes que deseamos probar, experimentar y deleitarnos con las sustancias que el planeta pone a nuestra disposición. Ellos tienen derecho a no fumar, yo, a hacerlo. Nadie los obliga a ir a un bar, si tanto les interesa su salud, no beban. Prepárense un chocolatito caliente y a la cama. Quizá una cerveza les de cirrosis o les provoque un coágulo en su cabezota intolerante. ¡Pendejos, de cualquier forma algún día todos, fumadores o no, vamos a reventar!.
Pero eso no es todo: hay quienes defienden la ley con el argumento peregrino de que en todos los países de primer mundo ésta ya se ha aplicado. Sí, claro, pero les tengo una noticia: nosotros no estamos ni siquiera cerca de ser un país de primer mundo. En aquellas naciones se han solucionado- o se ha avanzado bastante en- cuestiones fundamentales como la justicia, el desempleo y la seguridad social; por lo tanto pueden darse el lujo de legislar sobre asuntos menos importantes como éste de los fumadores. ¿Pero en México? ¿En Mexiquito lindo y querido donde los derechos humanos valen menos que un cacahuate y la corrupción campea en cada uno de los estratos del gobierno? ¡Que no pamen el mito, por Don Sata! A ver, ¿porqué mejor los diputados no aprueban una ley que les impida auto otorgarse bonos millonarios cada vez que se les hinchan los huevos mientras el pueblo no tiene ni para comprarse un kilo de tortillas?.
Sin embargo, a fin de cuentas, fumar o no fumar no es la cuestión. Habría que preguntarse qué están tratando de ocultar nuestos gobernantes cuando se empeñan en desviar nuestra atención hacia asuntos como éste. Molestos, pero no fundamentales. ¿Tal vez la tan anhelada por el presidente y sus secuaces privatización del petroleo?
Ja . .

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